¿Qué relación existe entre estos tres ámbitos?
La relación entre las iglesias, la política y la sociedad es una cuestión que ha suscitado debates, conflictos y acuerdos a lo largo de la historia. Las iglesias, entendidas como comunidades de creyentes que profesan una fe religiosa, han tenido una influencia significativa en el desarrollo de la cultura, la moral, el derecho y la organización social de diversos pueblos y naciones.
Al mismo tiempo, las iglesias han tenido que interactuar con el poder político, que representa la autoridad legítima y el orden público de una comunidad política.
Esta interacción ha implicado tanto colaboración como confrontación, dependiendo de los intereses, los valores y las visiones que cada parte defiende.
Por último, la sociedad, entendida como el conjunto de individuos y grupos que conviven en un espacio y tiempo determinados, ha sido el escenario donde se han manifestado las tensiones y las alianzas entre las iglesias y la política, así como el sujeto y el destinatario de sus acciones e influencias.
En este contexto, podemos plantearnos algunas preguntas:
¿Qué papel ha jugado la iglesia en la sociedad?
¿Qué principios y criterios ha seguido la iglesia para relacionarse con el poder político?
¿Qué beneficios y riesgos implica la participación de la iglesia en la esfera pública?
¿Qué desafíos y oportunidades se presentan para la iglesia en el mundo actual, caracterizado por la pluralidad, la globalización y la secularización?
Estas son algunas de las cuestiones que intentaremos abordar, tomando como referencia el caso de la Iglesia Católica, que es la confesión religiosa más extendida y con mayor presencia histórica en el mundo occidental.
La iglesia como fuente de consuelo, apoyo y servicio
Uno de los aspectos más reconocidos y valorados de la iglesia es su labor de consuelo, apoyo y servicio a las personas, especialmente a las más necesitadas y vulnerables. La iglesia ofrece un mensaje de esperanza, de amor y de salvación, que responde a las inquietudes y anhelos más profundos del ser humano. La iglesia también proporciona una comunidad de acogida, de fraternidad y de solidaridad, donde las personas pueden compartir su fe, su vida y sus bienes. La iglesia también realiza una obra social y caritativa, que se expresa en la creación y el sostenimiento de instituciones educativas, sanitarias, asistenciales y humanitarias, que atienden a los sectores más desfavorecidos y marginados de la sociedad.
Esta dimensión de la iglesia se basa en el mandato evangélico de amar a Dios y al prójimo, y en el ejemplo de Jesucristo, que se hizo hombre, se identificó con los pobres y los pecadores, y entregó su vida por la redención de todos. La iglesia, por tanto, se entiende a sí misma como sacramento, es decir, como signo e instrumento de la gracia y la misericordia de Dios en el mundo.
La iglesia también se inspira en la doctrina social, que es el conjunto de principios y orientaciones que la iglesia ha elaborado para iluminar la realidad social desde la perspectiva de la fe y la razón.
Algunos de estos principios son la dignidad de la persona humana, el bien común, la subsidiariedad, la solidaridad, la opción preferencial por los pobres, la paz y la justicia.
La iglesia como agente de transformación y de diálogo
Otro aspecto importante de la iglesia es su papel como agente de transformación y de diálogo en la sociedad. La iglesia no se debería conformar con asistir y consolar a las víctimas de las injusticias y las opresiones, sino que también se debe compromete a denunciar y a combatir las causas que las originan.
La iglesia, por tanto, tiene una dimensión profética, que la lleva a anunciar el Reino de Dios y a cuestionar los ídolos y las falsas seguridades que dominan el mundo.
La iglesia también tiene una dimensión política, que la impulsa a participar en la construcción de una sociedad más humana, más libre y más fraterna, respetando la autonomía y la pluralidad de las realidades temporales.
La iglesia, por último, tiene una dimensión ecuménica e interreligiosa, que la motiva a buscar el diálogo, la colaboración y el entendimiento con otras confesiones cristianas y con otras religiones, reconociendo lo que les une y lo que les diferencia.
Esta dimensión de la iglesia se fundamenta en la misión que Jesucristo le confió, de ser sal de la tierra y luz del mundo, y de hacer discípulos a todas las naciones.
La iglesia, por tanto, se siente enviada al mundo, no para dominarlo ni para aislarse de él, sino para servirlo y para transformarlo según el plan de Dios. La iglesia también se apoya en el magisterio, que es el ejercicio de la autoridad docente y pastoral que los obispos, en comunión con el papa, realizan para interpretar y transmitir la revelación divina contenida en la Sagrada Escritura y la Tradición.
El magisterio se expresa en documentos como encíclicas, exhortaciones, declaraciones y concilios, que abordan los temas más relevantes y actuales de la fe y la moral.
La iglesia como institución en tensión y en renovación
Un tercer aspecto que hay que considerar es que la iglesia es una institución que vive en tensión y en renovación constantes. La iglesia, como toda realidad humana, está sujeta a las limitaciones, los errores y los pecados de sus miembros, que pueden dañar su credibilidad, su unidad y su santidad.
La iglesia, además, está sometida a los cambios, los desafíos y las oportunidades que le plantea el contexto histórico y cultural en el que se inserta, que pueden exigirle una adaptación, una reforma o una conversión.
La iglesia, por tanto, necesita de una actitud de humildad, de autocrítica y de purificación, que le permita reconocer y corregir sus fallos, pedir perdón y reparar el daño causado, y renovar su fidelidad y su testimonio.
Esta dimensión de la iglesia se sustenta en la acción del Espíritu Santo, que es el alma y el motor de la iglesia, que la guía, la asiste y la santifica.
La iglesia, por tanto, se confía a la promesa de Jesucristo, de que el Espíritu Santo la conducirá a la verdad plena y la defenderá de todo mal.
La iglesia también se nutre de la tradición, que es la transmisión viva y dinámica de la fe y de la experiencia de la iglesia a lo largo de los siglos, que se expresa en la liturgia, en los padres, en los doctores, en los santos, en los concilios y en los movimientos eclesiales. La tradición, por tanto, no es una simple repetición del pasado, sino una actualización creativa y fiel del presente.
Conclusión
En conclusión, podemos afirmar que la relación entre las iglesias, la política y la sociedad es una realidad compleja, diversa y cambiante, que implica desafíos y oportunidades, riesgos y beneficios, tensiones y alianzas. La iglesia, como comunidad de creyentes que sigue a Jesucristo, tiene una vocación y una misión que la sitúa en el corazón del mundo, donde debe ser signo e instrumento de la presencia y la acción de Dios.
La iglesia, por tanto, debe asumir con responsabilidad y con esperanza su rol de consuelo, apoyo y servicio a las personas, especialmente a las más necesitadas y vulnerables; su papel de transformación y diálogo en la sociedad, denunciando y combatiendo las injusticias y las opresiones, y buscando el entendimiento y la colaboración con otras confesiones y religiones; y su condición de institución en tensión y en renovación constantes, reconociendo y corrigiendo sus fallos, pidiendo perdón y reparando el daño causado, y renovando su fidelidad y su testimonio.
Para ello, la iglesia necesita de una actitud de humildad, de autocrítica y de purificación, que le permita discernir los signos de los tiempos y responder a las necesidades y expectativas de las personas y de las comunidades.
La iglesia también necesita de una actitud de apertura, de respeto y de diálogo, que le permita reconocer y valorar la diversidad y la pluralidad de las expresiones culturales, políticas y religiosas, y colaborar con ellas en la construcción de una sociedad más humana, más libre y más fraterna.
La iglesia, por último, necesita de una actitud de confianza, de alegría y de esperanza, que le permita vivir y comunicar la buena noticia del amor de Dios, que se ha manifestado en Jesucristo, y que es el fundamento y el horizonte de toda la historia humana.