El Discurso del Odio y el Evangelio:
El odio en contextos religiosos pone en el centro una cuestión crítica: la contradicción entre el mensaje amoroso del evangelio y las prácticas excluyentes que muchas veces se promueven desde los púlpitos. En una era donde las tensiones entre tradición y modernidad se vuelven más evidentes, el reto para las comunidades cristianas, especialmente desde una visión liberal, es reconciliar las enseñanzas de amor y aceptación de Jesús con los discursos que fomentan odio hacia lo diferente.
La Paradoja del Evangelio y el Odio
El cristianismo, en su esencia, es un mensaje de amor. Jesús fue claro en su mandato: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Marcos 12:31), sin condiciones. Sin embargo, la historia nos muestra que las interpretaciones de la fe han sido utilizadas para justificar guerras santas, persecuciones y, en tiempos más recientes, exclusiones basadas en género, orientación sexual y creencias religiosas. Estas prácticas contradicen directamente el espíritu del Evangelio, que llama a la reconciliación y al respeto de la dignidad humana.
Las comunidades religiosas, tanto evangélicas como católicas, han perpetuado el odio, especialmente hacia aquellos que no cumplen con las normativas tradicionales sobre la sexualidad o el género. Esta realidad nos obliga a preguntarnos: ¿es este el mensaje que Jesús predicó? Claramente no. Jesús pasó su vida rompiendo barreras sociales, compartiendo su mesa con aquellos considerados impuros por la sociedad de su tiempo, como los recaudadores de impuestos y las prostitutas (Mateo 9:10-13). Este ejemplo de Jesús invita a una reflexión profunda sobre cómo las iglesias deben abrirse al diálogo y la inclusión.
La Tolerancia y el Amor: Más Allá de la Simple Aceptación
Un aspecto crítico es la noción de tolerancia. Es necesario ir más allá de la mera tolerancia. El mero “tolerar” sugiere una aceptación desde el privilegio, mientras que el Evangelio nos llama a una acción más radical: a amarnos los unos a los otros sin reservas (Juan 13:34-35). Este amor incluye no solo aceptar, sino también validar las experiencias y existencias de aquellos que son diferentes a nosotros.
El amor cristiano no es selectivo, y no se basa en si una persona encaja dentro de una moral predeterminada. El apóstol Pablo subraya que en Cristo «no hay judío ni griego, esclavo ni libre, hombre ni mujer, porque todos ustedes son uno en Cristo Jesús» (Gálatas 3:28). Esta enseñanza desmantela cualquier justificación para la discriminación, ya que somos llamados a ver la igualdad de todos ante Dios, sin distinciones por razones de raza, género o condición social.
El Discurso del Odio: Un Producto de la Ideología, No del Evangelio
Muchos de los discursos de odio que emanan de los espacios religiosos no provienen de una lectura fiel del Evangelio, sino de ideologías profundamente arraigadas en contextos históricos y culturales. El cristianismo ha sido instrumentalizado a lo largo de los siglos para legitimar sistemas de poder, muchas veces usando el miedo y la exclusión como herramientas de control.
Jesús denunció la hipocresía de los fariseos, quienes predicaban la Ley, pero en la práctica oprimían a otros: «Hagan todo lo que les digan, pero no hagan lo que ellos hacen, porque no practican lo que predican» (Mateo 23:3). Esta crítica se mantiene vigente hoy en día cuando observamos que muchos líderes religiosos continúan propagando mensajes de odio mientras pretenden representar a un Cristo de amor y compasión.
El Reto para las Iglesias Hoy
Las iglesias, especialmente las que se identifican con una perspectiva más conservadora, enfrentan el reto de actualizar sus prácticas y mensajes para reflejar fielmente el amor inclusivo de Cristo. Este reto implica revisar los sesgos interpretativos que han convertido el Evangelio en un instrumento de condena, en lugar de un mensaje liberador.
En palabras de Jesús: «Por sus frutos los conocerán» (Mateo 7:16). Las comunidades cristianas están llamadas a ser testigos del amor transformador de Dios. Si los frutos de una comunidad son el odio, la exclusión y el miedo, entonces es necesario revisar las raíces de su mensaje. El cristianismo liberal sostiene que las iglesias deben ser lugares de sanación, reconciliación y apoyo para todas las personas, sin importar su orientación sexual, género o condición de vida.
Conclusión: Un Cristianismo de Amor y Justicia
La reflexión en Clínica de la Fe para Cristianos Rebeldes abre una puerta a la autocrítica dentro de las comunidades religiosas. El cristianismo no debe ser una fe que oprima, sino una que libere y dignifique a todas las personas. Es imperativo que las iglesias abracen el mandamiento más importante: el amor al prójimo, sin distinciones ni condiciones.
Solo cuando las iglesias abandonen el discurso del odio, reconociendo que este no proviene del Evangelio, sino de ideologías que desvirtúan el mensaje de Cristo, podrán ser verdaderamente espacios de transformación y esperanza. La fe cristiana, si es fiel a su esencia, debe siempre tender puentes en lugar de levantar muros.